Hola Hermano/a: Te doy la bienvenida a este espacio que desea ser justamente un vinculo que te lleve al Cielo. Ojala este sitio sea esa Escalera como la que Jacob vio en sueños alla en Betel y puedas decir como el: " Esta si es casa de Dios y puerta del cielo" y ver a los angeles de Dios subir y bajar por ella llevando tus oraciones y trayendo bendiciones de parte de Dios para tu vida.

lunes, 26 de abril de 2010

EL SILENCIO Y LA ESCUCHA (Is 50, 4 – 5 . 10)


“ EL SEÑOR ME HA INSTRUIDO PARA QUE YO CONSUELE A LOS CANSADOS CON PALABRAS DE ALIENTO.

TODAS LAS ME HACE ESTAR ATENTO PARA QUE ESCUCHE DOCILMENTE.

EL SEÑOR ME HA DADO ENTENDIMIENTO, Y YO NO ME HE RESISTIDO NI LE HE VUELTO LAS ESPALDAS.

USTEDES QUE HONRAN AL SEÑOR Y ESCUCHAN A SU SIERVO (JESUS): SI CAMINAN EN LA OSCURIDAD, SIN UN RAYO DE LUZ, PONGAN SU CONFIANZA EN EL SEÑOR; APOYENSE EN SU DIOS”.
Dios quiere hablarnos, instruirnos y darnos entendimiento espiritual y se complace cuando le dejamos hablar en nuestro corazón.

La Iglesia (sabia maestra) a menudo nos habla del SILENCIO LITURGICO.

El silencio litúrgico es lo que nos capacita para escuchar a Dios.

El escuchar tiene su fuente en el amor de Dios.

Cuanto más se ama a Dios, mas se quiere vivir a sus pies, en silencio para escuchar el susurro de su voz.

Debemos desarrollar nuestros oídos interiores, los del corazón para saber escuchar.

Muchas veces decimos “yo no puedo hablar con fulano o sutano porque no me escucha” Si fulano o sutano no escucha es porque no tiene interés en oír lo que le queres decir. Si no escucha es porque no te ama.
EL QUE NO AMA NO ESCUCHA.

Pero para poder escuchar es necesario el silencio.

A veces subestimamos el valor del silencio. Damos poca importancia a sus beneficios. Esperamos que nuestra experiencia de Dios nos “ toque”, nos “ mueva”, nos “ agite” por dentro. Pero no siempre suele ser así. La experiencia suele parecerse mas a un silencia en calma o a una suave brisa que a un terremoto. Recordemos lo que le sucedió a Elías ( 1 Re 19, 11-13)

Lo normal es que experimentemos a Dios en la profundidad y en la paz interior de nuestra alma, que es donde nacen las convicciones mas profundas.

No basta pensar que Dios nos ha hablado para asegurar que así fue. A todos nos puede engañar fácilmente nuestras propias experiencias interiores subjetivas.

Quizás muchas de ellas se parezcan mas a los vendavales y huracanes que a la suave brisa o al silencio en calma donde se reconoce la presencia de Dios.

Solo en la tranquilidad interior dominada por la gracia, la palabra objetiva de Dios, la verdad de la revelación y las convicciones profundas en la fe (y en la obediencia) podemos realmente experimentar a Dios.

La experiencia hecha en el silencio puede ser mucho más fascinante que los temblores sísmicos. En el silencio pasan cosas que nunca sucederán en el torbellino del ruido.

Es en el silencio, por lo general, donde comprobamos la validez de nuestras experiencias hechas con la gente y a base de emociones.

¿no decimos acaso que necesitamos tiempo para pensar en tal modo?

Y cuando estamos presionados por las ofertas y sentimos que nos estamos dejando arrastrar por la propaganda ¿ no buscamos un momento de silencio para pensar con calma lo que queremos?

Por más que nos disguste el silencio, terminamos buscándolo cuando tenemos cosas importantes en juego.

Confiamos mucho más en el silencio y en lo que acontece dentro de nosotros durante la reflexión silenciosa que en nuestras decisiones tomadas en medio del ruido y del ajetreo de las emociones pasajeras.

Todos los que han buscado a Dios a trabes de los siglos y milenios han sentido la necesidad de desconectarse de lo exterior para hablar con El y sobre todo, para escucharle a El.

Ahí están los monasterios y santuarios de todas las religiones, ahí los lugares de oración en el desierto, en las montañas mas remotas, lejos de las pisadas de la gente.

Si quieres escuchar a Dios, necesitas SILENCIO.

Hablar es cosa fácil, no así escuchar.

Escuchar tampoco es lo mismo que oír, porque yo oigo llover pero no escucho que me diga nada.

Por eso Dios nos dio dos orejas y tan solo una boca, porque es más importante escuchar que hablar.

Dice el Talmud sobre las siete costumbres que tiene el sabio: no habla ante su superior en años o en ciencia, no interrumpe la palabra de los otros; no esta impaciente por contestar; pregunta y responde a su tiempo; guarda orden en sus discursos; si no comprende las cosas, las declara llanamente; se doblega ante la verdad. Estas normas son muy similares a las que propone San Benito en su Regla. Los monjes llaman a esto TACITURNIDAD.

Para ponerse a la escucha de alguien, hay que rechazar todo lo que pueda distraer nuestros oídos ( ej. Malas palabras, insultos, quejas, maldiciones), rechazar todo lo que pueda traer “la loca de la casa” (la mente),(ej. Pensamientos impuros, malas intenciones, ) todo lo que pueda distraer nuestro espíritu.( tentaciones)

Escuchar es acallar los tumultos interiores, es apartar las fascinaciones del exterior, es alejar las interferencias que dispersan la atención y distorsionan la palabra que el otro te dirige.

Escuchar es hacer un silencio denso, profundo y para que sea densa y profunda la escucha, tenemos que entrar en el misterio insondable del amor de Dios.

“no hay nadie mas que tu Señor para mi”, “tu lo eres todo para mi”, “tu eres lo mas importante; habla que te escucho”, “solo quiero escuchar la música de tu palabra”.

Estar a la escucha es detenerse. Es entrar en el corazón del que habla.

Decirle “tu eres mi centro”, “tu eres mi meta”, “mi carrera me llevara únicamente a ti”.
Tenemos que escuchar más la Palabra de Dios. Hacernos tiempo para escucharla resonar en nuestro interior. Tener hambre y sed de la sabrosa y rica Palabra del Señor.

Sentir como sentía Jeremías 15,16: “Cuando me hablabas, yo devoraba tus palabras; ellas eran la dicha y la alegría de mi corazón, porque yo te pertenezco Señor y Dios todopoderoso”.

¡Que bellas palabras las de este hombre enamorado de su Dios!

Escuchar es apartar la mirada de nosotros mismos y volverse al que habla. “Aquí estoy”, “no existe mi otro interés”.

Enamorarse de Dios.

No podemos quedarnos en las orillas espirituales, tenemos que “navegar mar adentro”

A veces queremos escondernos de la mirada de Dios. Pero cuando caemos en la cuenta de esos ojos bellísimos que nos miran con todo el amor y toda la ternura, y que tienen sed de nuestro amor y de nuestra atención, no nos queda otra cosa que caer rendidos ante El. Como dijo Jeremías: “Me sedujiste Señor y yo me deje seducir”,

Escuchar equivale a escoger, abrir de par en par el alma. Es “quedarse con la mejor parte, la que no nos será quitada”.

Es necesario derribar alambradas, fronteras y prejuicios donde nos parapetamos. Pero escuchar al otro es olvidarse de si mismo y preferir al otro.
“Yo te prefiero antes que a mi, Señor”.

Escuchar es permitir que entre a mi mente y a mi corazón e inscriba, inserte sus mandatos en mí.

“Que cuando yo saque a vuestros padres de Egipto, no les dije nada ni les mande sobre holocaustos y sacrificios. Lo que si les ordene fue que me obedecieran. Y les dije que se portaran como yo les había ordenado, para que les fuera bien. ….Diles esta generación que no obedece al Señor su Dios ni quiere ser corregida. La sinceridad ha desaparecido de sus labios”. (Jer 7,22-23…28)

El Evangelio de hoy dice que Jesús esta expulsando un demonio que era mudo y que el mudo rompió a hablar. ¿Habrá faltado la sinceridad en sus labios por eso había enmudecido? ¿Atado quizás por el demonio de falsedad, la hipocresía, el doblez?

La oración es el modo de entrar en dialogo con quien constantemente nos esta esperando. Es intimidad, conocimiento, comunión con el Padre en el Hijo.

En lo secreto, en el tabernáculo de nuestro corazón, en el sitio donde nadie más entra, allí donde solo Dios habita.

En ese tabernáculo donde uno no adquiere ni poses ni falsas imágenes de si mimo porque allí uno se manifiesta tal cual es y el Padre así te recibe.

Es oración exterior porque nos disponemos a “estar”, a “permanecer” en un lugar determinado, a una hora determinada para realizar el encuentro pero también es disposición interior.

Es corazón abierto para recibir la voz de Dios. Es tener las agallas suficientes como para acallar todas las voces que suena más fuertes que la voz de Dios.

Toda tu vida pasa por el corazón para hacerse encuentro con Aquel que todo lo sana, que todo lo limpia, que todo lo comprende y todo lo perdona.

Es verdadera oración en el Espíritu porque allí no existen formulas ni rituales preestablecidos sino que cada día el corazón inventa una nueva forma de adoración y alabanza.

Cristo mismo nos pide que encontremos ese silencio dentro de nosotros mismos para que le hagamos un sitio en nuestra alma que no este invadido por el mundo. (“entra a tu cuarto y cierra la puerta y ora a tu Padre que esta en lo secreto”)

Allí podremos entrar en secreto y elevar a El nuestra mente y nuestro corazón. Allí podremos estar a solas con El.

No es fácil, requiere de tiempo, voluntad, esfuerzo pero de todos modos tenemos a Cristo cerca que nos llena de su gracia y de esperanza. Es esta con nosotros en todo momento siempre que le dediquemos la atención necesaria.

El nos quiere dar su Espíritu Santo para que tengamos sus mismos pensamientos y sentimientos. ¿Cómo los vamos a descubrir si no hacemos silencio, si no nos metemos en su intimidad y no dejemos que el penetre la nuestra?

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