Hola Hermano/a: Te doy la bienvenida a este espacio que desea ser justamente un vinculo que te lleve al Cielo. Ojala este sitio sea esa Escalera como la que Jacob vio en sueños alla en Betel y puedas decir como el: " Esta si es casa de Dios y puerta del cielo" y ver a los angeles de Dios subir y bajar por ella llevando tus oraciones y trayendo bendiciones de parte de Dios para tu vida.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Clamaron al Señor en su angustia (Salmo 107, 17-20)

“Andaban como locos por sus culpas, angustiados a causa de sus crímenes;



cualquier alimento les daba nauseas, y estaban a punto de morir.


Pero clamaron al Señor en su angustia, y el los salvo de la aflicción,


Envió su palabra para sanarlos, para librarlos de caer en la tumba”. (Salmo 107,17-20)

Como podemos ver, el pecado no le ha traído mucha felicidad al pueblo de Israel. Más bien diría que les estaba yendo de mal en peor.

En los tiempos de Jesús, los israelitas tenían la convicción de que toda enfermedad era causa del pecado (suyo o de sus padres).

De hecho, dentro de los 613 preceptos que observan los judíos, 35 están referidos a la lepra (por ejemplo) como un mal que proviene del pecado y en todos ellos, el sacerdote tenía el papel fundamental de incorporarlo nuevamente a la sociedad, verificando su real sanación.

Hoy día sabemos que no todas las enfermedades son causa de pecado, pero si tienen mucha relación con el. La enfermedad y la muerte son consecuencias del pecado (original primero, particular después)
San Pablo lo dice claramente en una de sus cartas: "el salario del pecado es la muerte"

Estas semanas hemos estado haciendo mucho examen de conciencia pero ¿por que?

Primero porque hemos ofendido a Dios y debemos solucionar ese problema.

Segundo, porque nos conviene a nosotros para sanar todas nuestras dolencias.

El pecado nos entristece y nos angustia, porque nuestra alma ha sido creada para agradar a Dios, y ser sus amigos y cuando nosotros rompemos esa amistad, nos llenamos de vacío, de angustia, de dolor.
En el Jardin del Eden, luego de haber desobedecido a Dios, dice Adan : “oí tus pasos en el huerto, tuve miedo y me escondí porque estaba desnudo...” (Gen 3,10).
¡¡¡El pecado nos da miedo!!! Muchas personas viven con miedo. Miedo a todo, a cualquier cosa, sobre todo a la muerte. A lo mejor tendrían que revisar un poco a ver si detrás de estos miedos no hay un pecado raíz.

La realidad del pecado nos molesta porque nos enfrenta a nuestras debilidades, a nuestras pasiones desordenadas, a nuestras más oscuras intenciones.

Y es por eso que nos enfermamos ¿ de que nos enfermamos?
De cualquier enfermedad. De todo tipo de enfermedad.
Ante todo tenemos que entender que nuestras enfermedades no son castigo de Dios, pues El no castiga porque Dios es Amor, pero si corrige, porque El verdaderamente nos ama. Un padre que ama corrige para que su hijo siga el buen camino a la felicidad. Debemos entender que nuestras enfermedades son, en la mayoría de los casos responsabilidad nuestra (aunque sea de modo inconciente, pues nadie quiere estar enfermo).

El recuerdo del pecado cometido, hace estragos en nuestra salud. Provoca dolores intensísimos y amarguras inexplicables.

En el disco rígido de nuestra mente queda impresa nuestra rebeldía y deja su consecuencia, su marca.

Nuestro ser es cuerpo, alma (mente) y espíritu, una unidad y cuando una falla, el resto se resiente, se enferma.

Cuando pecamos se enferma nuestro espíritu (que es el modo de relacionarnos con Dios) y cuando se enfermo nuestro espíritu, se enferma tambien nuestra psiquis (que es el modo de relacionarnos con nosotros mismos) y comienza a sufrir trastornos y al final se enferma nuestro cuerpo físico (que es el modo de relacionarnos con el mundo y con los demas).
Por eso tambien nuestras relaciones suelen ser enfermizas.

Muchas personas quieren ser sanas de su enfermedad, pero no quieren abandonar su pecado,  entonces su mal sigue avanzando.

Por lo tanto es necesario, si tenemos alguna enfermedad física, empezar a buscar primero si no tenemos algún pecado que no hayamos confesado.
Esto no nos exime de nuestra visita al medico y de la toma de la medicacion prescripta, pero una buena revision espiritual no esta demas.


“Mientras callaba, se consumían mis huesos gimiendo todo el día,


Pues día y noche tu mano pesaba sobre mí;


Desapareció mi fuerza como la humedad en tiempo seco.


Pero reconocí ante ti mi pecado, no te oculte mi falta;


Pensé: . Y tu perdonaste mi falta y mi pecado”. (Salmo 32, 3-5)


Esta porción de la palabra de Dios nos dice que “mientras callaba se consumían mis huesos”.
Nos avergüenza el haber pecado, sino lo diríamos a boca llena. Aunque seamos pecadores consuetudinarios, la moral impresa por Dios en nuestro interior, nos indica que obramos mal (la voz de la conciencia) y esto nos averguenza.Y mientras lo ocultemos, no lo confesemos a Dios, este pecado seguirá haciendo estragos en nuestro espíritu primero, luego en nuestra psiquis y finalmente en nuestro físico.

La pesadez de la mano de Dios es el remordimiento, el dolor de nuestros pecados. Esa tremenda sensación de llevar una mochila muy pesada.
Un andar por la vida con paso cansado y andar cabizbajo.
Hasta que no reconozcamos que hemos obrado mal, nuestro carme sentirá los embates de la enfermedad física, psíquica o espiritual.

Basta con que reconozcamos nuestras faltas para que el Señor, como el Padre misericordioso salga a nuestro encuentro y nos sane. El quiere sanarnos, el no nos quiere enfermos ni enclenques.

Somos nosotros, quienes con nuestras rebeldías desbarajustamos su plan de salvación.

Y en este plan de salvación, la Palabra de Dios tiene un papel fundamental. La Palabra de Dios como medicina, como remedio a nuestros males.
La Palabra de Dios hace lo que dice.

La Palabra de Dios (el mismo Jesús) sana de raíz toda enfermedad porque es una espada de doble filo que va hasta la medula, hasta los tuétanos y no deja de hacer lo que tiene que hacer...y no vuelve de donde salio sin cumplir su cometido.

“No los sano ni hierbas ni ungüentos, sino tu palabra Señor que todo lo sana”. (Sáb. 16,12)

Nuestro Padre celestial quiere que seamos felices y sanos, pero no solamente en lo físico sino en todo nuestro ser.


El Padre nos envió a su propia palabra hecha carne en la persona de Jesús…el es quien trae en si mismo la sanación que tanto necesitamos.

Ni los mejores tratamientos, ni los avances científicos mas elaborados pueden superar a esta sanación que nos trae el Hijo de Dios, porque el no sana una porción de nuestro ser sino que lo hace de una manera integral.

Jesús vino a sanar a todo el hombre en su completitud.

Jesús vino a deshacer las obras del diablo (robar, matar y destruir) y a darnos vida y vida abundante.

El perdona todas nuestras faltas. No hay un solo pecado por mas grande que sea que El no lo perdone.

Dice el Salmo que estuvimos meditando, que ellos “clamaron al Señor y el los salvo de su aflicción” y en la otra porción decía “y tu perdonaste mi culpa y mi pecado”.

Claramente nos muestra un Dios que es pura misericordia, que arroja nuestros pecados al fondo del mar…pero tenemos que dejarlos.

De esta manera podremos dar testimonio del amor misericordioso de Dios, del poder de su Palabra sanadora y de la purificacion que otorga su Sangre preciosa vertida en la Cruz del Calvario.


Dice el Salmo: “Bendice, alma mía al Señor y bendiga mi ser su Santo Nombre.


El es quien perdona tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida y quien te corona de misericordia”.

Y asi cantaremos sus maravillas, su gloria y su alabanza...


“Den gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace con los hombres” (salmo 107,21)

ORACION DE SANACION


Vamos a imaginar una gran muralla con una gran puerta y detrás de esta puerta, otras mas. La gran muralla es nuestra mente. Vamos a ir penetrando a través de estas puertas de a una por vez, para que Jesús pase por cada una de ellas de nuestra mano. Vamos a decirle a Jesús:

Señor, vengo ante ti a ofrecerte mi corazón.

A quebrarlo ante ti como quebró el alabastro aquella mujer pecadora.

A dejar salir de mi el perfume de la humillación y del agradecimiento, e inunde todo este lugar.

Amado Jesús: penetra en la puerta de los RECUERDOS y pasa sanando aquellos recuerdos más dolorosos o más vergonzantes.

Toca con tu mano, Señor aquel recuerdo que vuelve una y otra vez a recordarme el pecado cometido.

Paséate por mis recuerdos de la infancia en los que no fui feliz, en los que me sentí desamparado, solo, abandonado. En aquellos recuerdo en los que i golpeado, maltratado, desvalorizado, insultado, maldecido, despreciado.

En aquellos recuerdos en los que fui dejado de lado, humillado, burlado, sobre todo entre mis amigos y compañeros.

En aquellos recuerdos que dejo el pecado de impureza, fornicacion, adulterio.

Sana, Señor todos estos recuerdos que hieren nuestro corazón cada vez que afloran a nuestra mente...

Cúbrelos con tu amor y tu misericordia. Lávalos con tu preciosa sangre.

Tú pasas por esta rea de los recuerdos dejando las huellas de la paz, la serenidad y la alegría.

La segunda puerta que vamos a traspasar es la de los Sentimientos. Los recuerdos de pecados dejan en nosotros, sentimientos negativos.

Penetra Señor por la puerta de los SENTIMIENTOS sanando todo odio, rencor, resentimiento, amargura, tristeza, soledad, depresión.

Todo sentimiento de culpa, de inferioridad que estos recuerdos han provocado.

Sana todo sentimiento negativo hacia lugares, animales, cosas y personas que nos remiten a esos recuerdos. Tú pasas por esta área de los sentimientos dejando las huellas de la compasión, la comprensión y la empatia.

Los sentimientos negativos suelen provocar emociones que son totalmente perjudiciales y que nos vuelven a llevar a pecar con otros tipos de pecados.

Muchas veces, los recuerdos nos llevan a tener todo tipo de emociones como la ira, bronca, cólera, autodestrucción, emoción violenta, rabias, fobias, miedos.

Penetra Señor por la puerta de las EMOCIONES.

Tu paso por esta área va dejando una huella muy profunda que se trasluce en el desapego y el dominio de si mismo. Una sensación de paz muy profunda va inundando todo nuestro ser.

Es como un mar que se encontraba embravecido y ahora se halla en una perfecta calma. Eso es lo que hace Jesús: calmar nuestras emociones, liberar nuestros sentimientos y sanar nuestros recuerdos. Ahora miro esos recuerdos pero con paz sabiendo que Jesús paso por ellos. Que Jesús siempre estuvo allí. El nos redimio.

Tú sanaste nuestra mente en sus recuerdos, sentimientos y emociones.

Ahora estamos preparados para tener sanación física. San Pablo miro a una persona y cuando vio que tenia fe suficiente como para ser sanada, la sano en el nombre de Jesús.

Si puedes creer, cosas maravillosas pueden pasar ahora. Podrás ver la gloria de Dios en tu vida.

Sana Padre ahora, en el nombre de Jesús las enfermedades físicas que estos recuerdos con sus sentimientos y emociones provocan: diabetes, hipertensión arterial, artritis y artrosis, eczemas, reacciones alérgicas, cefaleas, migrañas, mareos, vértigo, sorderas, mudez, tartamudez, visión defectuosa.

Trastornos gástricos, estomacales, hepáticos, intestinales.

Problemas respiratorios, asmas, bronquitis, alergias.

Problemas renales, uremia, próstatas, falta de retención o retención de líquidos.

Tu Señor sabes cual es la raíz de nuestra dolencia. Tócala, Señor. Llega hasta el fondo de nuestro ser sanando. Renuévanos por dentro con espíritu firme y sella lo que has hecho con tu Sangre Preciosa y Tu Santo Espíritu. En el Nombre de Jesús. Amen. Amen.